La casa palacio de los marqueses de Algava, en Sevilla, recibía el pasado lunes, y el martes siguiente el castillo San Jorge de Triana, el valioso testimonio de la presentación de Juan Belmonte, El Pasmo de Triana (editorial La Venencia), del escritor, poeta, flamencólogo y académico arcense Antonio Murciano, en la que el eterno aficionado a los toros no deja entrever, sino que confiesa plenamente su total admiración por el también llamado Terremoto de Triana. Una casa palacio cercana a la iglesia que vio bautizar al torero Juan Belmonte y desde la que se vio relucir en la noche de la presentación de la obra la esbelta figura de La Giralda...
El libro no sólo aporta un retrato lírico e histórico del que fuera gran figura del toreo, sino las anécdotas y curiosidades en torno a la vida del singular matador de toros que han permanecido hasta ahora inéditas, fruto de un inconmensurable trabajo de investigación, así como la antología más completa de poemas dedicados al torero por parte de hasta 120 escritores y poetas españoles e hispanoamericanos con motivo del 120 aniversario del nacimiento de la estrella de la tauromaquia y el cincuentenario de su muerte.
Juan Belmonte fue un hombre inquieto, gran lector y autodidacta. Con él llega el acercamiento de los intelectuales a la Fiesta. Toreó más cerca del toro que nadie y ninguno ha realizado como él la serie de verónicas o el pase natural. La intensa y documentada biografía de El Terremoto de Triana guarda un valor sentimental especial, pues su autor vio torear a Juan Belmonte de rejones en la vieja plaza de toros de Arcos de la Frontera cuando era un chaval, acompañado de su padre; un momento que nunca ha olvidado. Corría la primavera de 1946. De eso hace más de 70 años: “Ante mí, niño absorto en la barrera/ Aún galopa su yegua postinera/ rizándole la cola los pitones”.
En amistosa conversación, Murciano recuerda a un Juan Belmonte de pies planos, con dificultades para moverse, cambiando en este sentido el toreo de piernas por el de brazos y muñecas, que sería el toreo actual. Ya Pepe Luis Vázquez hablaba de las maneras y posturas de Belmonte, que ya auguraba siendo un niño cuando toreaba “de furtivo” por los campos de los alrededores de Sevilla. Eran Los luneros, que capeaban a la luz de la luna...
Juan Belmonte, quien solía viajar con una maleta llena de libros, está considerado “un producto literario” de la generación literaria del 98. Su amigo Ernest Heminway llegó a decir en cierta ocasión que había conocido dos genios en su vida, a Eistein y a Juan Belmonte.
La obra de Murciano, en su lado más afanoso, descubre la vinculación del torero con la Sierra de Cádiz, pues su padre, José Belmonte Peña, era natural de Prado del Rey. Su abuelo, Juan José Belmonte Gallardo, nació en Algodonales y su abuela, Ana María Peña Zurita, nació en Bornos. Su bisabuelo vivió siempre en Algodonales, aunque se trasladó de Almería siendo un niño. De hecho, Murciano considera que los ancestros de Belmonte son de Almería, es más, del Reino de Granada como figura en una documentación -el autor aporta también las partidas de nacimiento facilitadas por la periodista excompañera de este periódico Patricia Pérez-. Con estos datos, rebate la famosa biografía de Chaves Nogales, que asegura que la familia del torero era de la serranía de Ronda, de ahí que el historiador atribuyera un estilo rondeño al toreo del matador, basado sobre todo en la seriedad frente al astado. Esta ligazón del diestro con la serranía gaditana, demostrada con profusión de datos, bien puede ser un estímulo para la comarca en su historia cultural.
El libro, no obstante, redescubre el perfil solidario, humanitario, religioso e incluso chistoso del torero, del que Murciano cuenta que lanzaba “verdaderas frases lapidarias”. Narra que Juan Belmonte dijo que un antiguo banderillero suyo llegó a gobernador civil “degenerando, degenerando...”, lo que Belmonte entendía como una degradación de su cuadrilla.
Pero también redescubre a un mujeriego empedernido al que se le atribuye, tal vez, más de una docena de hijos, uno de ellos con la que fuera criada de la familia. Ello no eclipsa la generosidad de un hombre que repartía monedas entre los pobres y que ordenaba comprar unos zapatos a la criaturita que veía andar descalza en pleno invierno.
El libro reedita también la vinculación de Belmonte con el cine, a nombres como el de Woody Allen o Juan Sebastián Bollaín...; o la ligazón del torero con el mundo de la canción, con homenajes de Rocío Jurado, Rafael Farina, La Niña de la Antequera, Valderrama o el grupo de pop madrileño Gabinete Caligari en su inolvidable Sangre española, en torno al mito que se marchó con un trágico, como todos, suicidio en su finca de Utrera.
Como torero, Belmonte solía decir que no era un revolucionario como alguien le quiso atribuir, sino “un restaurador” de una forma de torear que, en realidad, nadie practicaba. Si Joselito era la personificación del estilo y el clasicismo, El Terremoto de Triana era un experto en el conocimiento del terreno hasta el punto de decir que el terreno que pisa el toro no está inscrito en el registro de la propiedad, sino que era dominio del torero. Hubo quien dijo que Joselito nació para torear, pero que Juan Belmonte hubiera sido un genio en cualquier otro campo de la vida profesional pese a su carácter de autodidacta y de hombre que se forjó culturalmente a través de la lectura y de su relación con otros ilustres nombres de su época.
En la parte poética de la obra de Antonio Murciano, más de un centenar de autores españoles y sudamericanos de ayer, de hoy y de siempre, desde la generación del 98 a autores de los años ochenta, trazan un recorrido lírico en el que brilla con luz propia Gerardo Diego, con su inmortal Oda a Belmonte. Se le suman, entre otros muchos, Manuel Lozano Hernández, Manuel Garrido -autor de El Niño de verdad del que Murciano hizo arreglos para el conocido villancico de Los Panderetos-, Fernando Villalón, el exiliado Antonio Aparicio, Manuel Senra, Paco Arana de Burgos, Aquilino Duque, Guillermo Sena o el propio Antonio Murciano y los suyos... hasta 120 autores.
Para poner broche a una edición de lujo, la obra aporta dibujos y óleos de pintores de la talla de Alfonso Guerra Calle, Manuel Arias Salguero o del recientemente desaparecido Guillermo López Herrera. Igualmente, el también poeta y escritor arcense Pedro Sevilla ha colaborado en la edición y en las primeras correcciones del libro.
De este modo, el octogenario e incombustible Antonio Murciano salta a un ruedo tan conocido como incierto, tan incierto como la suerte que depara el arte taurino cuando se practica en la plaza. Pero él viene de vuelta, y los años no son más que un estímulo para una pluma tan brillante como incansable.
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