El niño, un juguete roto

Cuando el transcurrir de algunos niños, es sólo una esperanza de vida en un refugio inhumano o un drama de acoso escolar u otras insidias, podemos decir, que estamos ante una sociedad moralmente rota.

Publicidad Ai Publicidad AiPublicidad Ai

En esta sociedad des-comunitaria y alejada de los problemas humanos, se ha producido un progresivo proceso de desconexión con la realidad como manera de existir. Cuando el transcurrir de algunos niños, es sólo una esperanza de vida en un refugio inhumano o un drama de acoso escolar u otras insidias, podemos decir, que estamos ante una sociedad moralmente rota. El dramático contraste de la felicidad natural propia de un niño con su realidad, es la terrible consecuencia de lo que atestigua en  sí  la historia de los conflictos de intereses económicos de las naciones poderosas, cínicamente llamados guerras justas y su espiral colateral de terror. En otros casos en particular, la bajeza moral del abuso desvergonzado sobre la niñez.

El niño es sensible y fácilmente impresionable, sus vivencias emocionales se dan vinculadas a unos contextos, condición a todo lo reconocido por él. Su percepción emotiva es la que organiza su realidad, generando modelos estéticos de conducta relativos a su sensibilidad ambiental. Las rutinas educativas le producen crecimientos emocionales armónicos o desequilibrios en su estructura psíquica. En el querer-ser del niño, son las emociones las que establecen el mapa de opinión sobre sí mismo y de sus actitudes afectivas con respecto a sus semejantes. Su potestad de juicio, le impide hacer un breve examen reflexivo de su propia ingenuidad. El modo de entender las cosas es causa de su ingenuo conocimiento y del desenlace posterior de su limitada experiencia.

El alma sencilla de un niño no opone resistencia alguna a lo que de nada sabe, y que sólo deja conducir su debilidad a las normas que establece un mundo a la deriva, con benefactores orgánicos, contra lo que debe ser la ley natural. Un corazón de madre comprende siempre a sus hijos (y a los otros hijos de las injustas muertes, acosos o abusos); por eso, estoy seguro que lo ocurrido a seres sensibles, cuyas vivencias impactan en los contextos televisivos con imágenes faltas de  escrúpulos, es de una vergonzosa delicadeza, éstas se deberían de ocultar; no pueden ser impunes ante la ley. Las imágenes sólo tratan de conseguir audiencias, ante la falta de control normativo, las televisiones a este respecto, se han convertido en un enemigo invisible dentro de los hogares. Las víctimas de tales hechos son la propia sociedad, que pierden a seres queridos por acosos en los medios educativos o en la calle, o en la creación de un género humano bañado en odio; cuyos efectos son la violencia y el terror hacia la propia sociedad.

La cuestión lejos está de ser sencilla cuando lo que se necesita es un nuevo modelo de sociedad.  Una sociedad con el corazón de una madre que grita ante el horror del cadáver de un niño, una sociedad que clama ante los abusos de las cobardes conductas del fuerte hacia los débiles, que se revela de la dejadez de los que rigen los centros educativos y desconocen la pedagogía de la comprensión. Cuando el sistema escolar aleja la imaginación y la creatividad de los niños, aquello que les lleva a encontrar su propia persona (personalidad), ha eliminado la lectura del libro de la vida, ha transformado al niño en un juguete roto. Un posterior adolescente incapaz de entender el bien, cuyo sentido en la vida es ser “un-ser-más sin ser-uno”, termina siendo un adulto sin rectitud hacia la verdad. Estamos ante un mundo sin felicidad, una sociedad desconectada de su finalidad.

La sociedad camina en dirección opuesta, carente de una autoridad indiscutida. La falta de escrúpulos en algunos, no nos exculpan de nuestras responsabilidades ante esta sociedad injusta.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN