El conflicto creador y la farsa de los intereses

La autonomía e independencia de la política, sobre perversos intereses, y no sobre la vida humana, hace difícil la interpretación del acto político.

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Existe la creencia de que: en política todos somos maestros y  discípulos a la vez, aunque el papel de la misma, hay que encuadrarlo en el compromiso de relación entre los problemas de los ciudadanos y sus soluciones; la política, así vista, es un proceso de trasformación social, donde el cambio es subsecuente. La historia política no es idealismo político o artificiosas mañas de falsos profetas. Transformar el conocimiento a través de la sensación exige preparación, la política sin nada de instrucción, es una grave limitación del desempeño, que con prontitud acusa la prueba del tiempo. El uso exclusivo del poder arrebata la historia a los grupos políticos y en sus incompetencias los devuelven al cajón del olvido.

Las decisiones políticas no están separadas de la vida humana, de ahí la importancia de los criterios no definidos de las mismas o zonas oscuras, por donde se infiltra el enmascaramiento del oportunismo, manipulándolas en su provecho. La autonomía e independencia de la política, sobre perversos intereses, y no sobre la vida humana, hace difícil la interpretación del acto político.

La falacia ideológica (disfraz de ambigüedad consciente) se presenta cuando la economía no es economía, o cuando los medios de comunicación están sujetos a otros medios no comunicados, agravándose la situación en la ignorancia cultural, la extraña moralidad de la vida o el apasionamiento callejero, ante el silencio cómplice de la negación política de quienes deben ejercerlas correctamente. En la difusa sociología del poder existe la vileza del intelectual agazapado en la dependencia del oficio político y sus propios intereses.

Dar razón de lo que es gobernar se manifiesta en ejecutar decisiones y recibir la crítica recriminatoria de lo no gobernado, sin ningún tipo de filtro, son cuestiones que dan significado al pensamiento político y al sentimiento social que corresponde a sus determinaciones, expresadas en el espacio que ocupa el bienestar general. La inspiración de los necios es una malla que cubre y recubre la vida, en la sinrazón, ante la confusión de los tiempos, el después del ahora o transparencia de la triste verdad acaecida irremediablemente; donde el instante de pasión ya ha sido y el consecuente es el fracaso de la soberbia política que engendra destrucción y odio social.

La ley es la decepción del que gobierna en la disidencia de su obligación, sobre la maldad decadente de su propio discurso, en el mundo de los sentimientos no hay leyes, pero si para los que se ocultan en ellos queriendo tapar bastardos intereses. Tanto la ley como la igualdad, exigen un profundo conocimiento de lo distinto, para reparar las penalidades de lo que pretenden. Las personas se frustran cuando viven en sus propias dependencias mentales y no encuentran el sentido higiénico de las diferencias.

El conflicto como conocedor de la estructura profunda de la zona oscura de la política, se vuelve creador de libertad. Los ciudadanos han de descubrir nuevas formas de dominio del derecho social, que corrijan la instrumentalización de los  sistemas de decisiones viciados. La sociedad ha de reconocer sus propias necesidades y ha de saber decidir por sí sola acerca de sus recursos (el saber nace de la sociedad). Una vuelta al sentido común perdido que contribuya al continuo cambio social. La necesidad de una comunidad política consciente del protagonismo de los procedimientos formales “in visu” (a la vista) que estructuran la vida social, alejándolos de intereses ocultos que devalúan la naturaleza de los mismos.

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