Aquel viejo talante de Zapatero

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Cuando Zapatero llegó, inesperadamente, al poder, confieso que sentí un cierto rapto de alegría, eso sí dentro del escepticismo propio de la profesión que desempeño y me despeña. Superaba una era de antipatía ejercida a fondo desde La Moncloa, llegaba con una medio sonrisa, helada sí, pero a la que no estábamos acostumbrados, y hablaba mucho del talante amable que quería imponer a la vida política. Para quienes no acabamos de creer en la existencia de profundas divergencias entre derecha e izquierda, el hecho de que, ya que pagamos, a los contribuyentes nos sonrían, en lugar de regañarnos, resulta esencial.


No, no era entusiasmo, desde luego. Zapatero no es Obama, pero se le parece más que Aznar. Y algo más que Rajoy, que no acaba de encontrar su tono, pese a sus valores y virtudes. El líder de la oposición ha podido salir de su retiro pontevedrés para lanzar los misiles de mayor alcance: Zapatero, de ser considerado un Bambi por algún columnista despistado y algo pelota, ha pasado a ser, dice don Mariano, un inquisidor.

A finales de la pasada Legislatura publiqué un libro titulado La decepción, con los rostros de Zapatero y Rajoy en portada. Parece que no gustó demasiado a los no demasiados poderosos que lo leyeron Decía allí que mi decepción había sido mayor en el caso de Zapatero, que era, al fin y al cabo, quien ostentaba el poder. Ya no me creía lo del talante y, menos aún, lo de Bambi. Yo creo que, de haber un inspirador de ciertos desmanes poco estéticos, o hasta poco democráticos, desde la distancia de la sonrisa helada e inaprehensible sería el propio jefe. No Pérez Rubalcaba, que es el mago que hace posible la marcha de muchos asuntos del Estado. Y quien acaba cargando, porque es el más capaz, con todas las culpas.

Conste que yo no llamaría a Zapatero inquisidor, ni me atrevo a decir, porque carezco de pruebas, que sean cuerpos del Estado quienes nos pinchan el teléfono. Me parece que el PP ha lanzado la bomba atómica demasiado pronto, y, encima, en pleno despiste de las vacaciones.

Pienso que Zapatero debería replantearse recuperar aquel talante con el que llegó primero a la secretaría general del PSOE y luego a la presidencia del Gobierno. No basta con golpes de suerte para seguir gobernando felizmente el barco: hay que saber llevar el timón del Estado, no de las alcantarillas, y mantener contenta a la tripulación.

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