Lo que queda del día

¡Qué alegría de verano! ¡Qué alegría!

Desde las trincheras, en el cuerpo a cuerpo, todo se ve regular, tirando a mal. No hay guerra de guerrillas, pero aquí seguimos cargando la indignación en el AK 47 de las siglas políticas, las de las dos Españas

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"¡Qué alegría de verano! ¡Qué alegría!”. El Papi  pronuncia sus palabras, entre tiernas y mágicas, mientras recorre la playa de punta a cabo, y de cabo a punta, una y otra vez a lo largo de toda la mañana. “¡Paaaaaapiiiiii! ¡Doy las patatas!” Al pasar junto al puesto de socorristas le preguntan: “¿Cómo va eso Papi?”. “Regular”, responde. No necesita más apreciaciones. Es el último día de julio y habrá hecho sus cuentas. Regular. Agosto es diferente. Con la marea alta resulta difícil encontrar un hueco próximo a la orilla. Han llegado todos, como los extras de una nueva temporada de Verano azul. Pero julio ha sido regular. Pese a todo, ¡qué alegría de verano! ¡Qué alegría!

Los niños se le acercan a pedirle paquetes de patatas, y los padres de los niños se le acercan para saludarlo un verano más, a preguntarle por la familia, y él agradece los gestos de afecto. Cuando ellos llegaron por primera vez a veranear, El Papi ya estaba allí, casi como en el microcuento de Monterroso. “¡Paaaaaapiiiiii!”, y reanuda la marcha. Este año ha estrenado canasto, aunque lo que sigue llamando la atención es el reluciente blanco de su ropa y el sobresaliente moreno -casi tizne, diría mi abuela- de todo un verano sobre la arena, de punta a cabo, de cabo a punta, con sus patatas y sus consignas publicitarias. “¡Paaaaaapiiiiii! ¡Doy las patatas!”.

Cada año hago el cálculo de cuántas bolsas de patatas puede llegar a vender al día y cuánto obtiene de beneficios. Pero este verano la cosa está “regular”, y no me atrevo con los guarismos de un oficio que nunca estará bien pagado, porque si lo estuviera ya sabría lo que es tener competencia -a más de uno con coche oficial, indemnización y pensión multimillonaria habría que ponerlo ahí, de becario del Papi, de punta a cabo y de cabo a punta. ¡Qué alegría de verano! ¡Qué alegría!-.  

No sé si El Papi sabe lo que es la prima de riesgo, las participaciones en preferentes, el interés del bono a diez años o, siquiera, quién es Mario Draghi, pero su “regular” vale más que cualquiera de los más atinados análisis económicos que aparecen publicados en la prensa a diario. Es el balance que emana de las trincheras y de los escombros a lo que se ha reducido todo, a los ojos de los grandes manipuladores del nuevo orden económico mundial. La tercera guerra mundial de la que nos vienen hablando desde el fin de la Guerra Fría no es la de los misiles nucleares entre norteamericanos y soviéticos, no es la del temor al terrorismo islámico. Lo contaba esta semana José Sacristán a partir de una reflexión sobre el nuevo montaje teatral de Don Quijote en el que encarna a Alonso Quijano: la tercera guerra mundial es esto que vivimos en estos momentos. No hay armas de fuego, no hay bombas nucleares, pero la pobreza y la desesperación generadas entre la ciudadanía son similares a la de cualquier otra guerra, propiciadas en este caso desde grandes despachos, con productos financieros ficticios y burbujas tan inabarcables como frágiles, pomposas y embaucadoras.

Y desde las trincheras, en el cuerpo a cuerpo, todo se ve regular, tirando a mal, o por lo menos hemos tomado conciencia de ello. No hay guerra de guerrillas, pero a poco que a alguien se le caliente la boca, salen disparadas las ráfagas de una indignación que, para mal nuestro, aquí seguimos cargando en el AK-47 de las siglas políticas, las de las dos Españas.

Esta tarde he entrado en una gasolinera. Un señor prolongaba la espera ante la caja exponiendo su versión de los hechos, arremetiendo contra Griñán y toda su parentela y solucionando el dilema de los recortes con la supresión de todas las empresas públicas de Andalucía y sus miles de enchufados. A mi espalda, otro señor que se identifica como “no andaluz”, respalda la tesis y subraya además que el problema de España está en Andalucía, que España está como está por culpa de Andalucía y de su gobierno andaluz, que él, desde fuera, lo veía clarísimo, y que “este señor lleva toda la razón”.

Antes de demorarme a comprobar si aquello era un programa de cámara oculta de Intereconomía, o si alguien de la cola tenía los cojones suficientes para ciscarse en las castas del “no andaluz”, logré avanzar hasta la caja, pagar y hacer valer la máxima del live and let die. Bastaba con el “regular”, sincero y atronador, del Papi. “¡Qué alegría de verano! ¡Qué alegría!”

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