Andalucía más que verde

El reto de la participación

El ‘greenwashing’ es un concepto bien conocido en el ámbito de la ecología. Se trata de realizar acciones propagandísticas para lavar la imagen de una empresa

El ‘greenwashing’ es un concepto bien conocido en el ámbito de la ecología. Se trata de realizar acciones propagandísticas para lavar la imagen de una empresa y hacer creer así al público que su actividad es respetuosa con el medio ambiente cuando realmente no lo es.

No es poco el dinero que las grandes empresas se gastan en este lavado de cara, suele ser incluso más que el que destinan a implantar medidas reales. Pero no sólo las empresas recurren a estas prácticas y no sólo en el ámbito del medio ambiente. También las Administraciones públicas y los gobiernos pueden sumarse al ‘washing’:, al fin y al cabo, da buena imagen y  no requiere un gran esfuerzo. Así, cada vez es más frecuente  el ‘purplewashing’ en el discurso político, misma idea que el ‘greenwashing’ pero en el ámbito de la igualdad de género.

No conozco a día de hoy una palabra similar en el ámbito de la participación. Es cierto que no es tan fácil al no tener esta un color asignado, quizás no sería mala idea buscarle uno. Cualquier alcalde o concejal recurre a la participación cuando quiere darle legitimidad a sus propuestas, es muy socorrida. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho, y esto de la participación no es coser y cantar sino más bien todo lo contrario.

Un requisito indispensable para que la participación funcione es creérselo. Hemos visto en los últimos meses a no pocos alcaldes sumarse a esta moda de la participación por obra y gracia del señor EDUSI (Estrategias de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado) y los 1.000 millones con los que la Unión Europea dota a estos fondos. Resulta que para la Unión Europea la participación puntúa a la hora de conceder estas ayudas, por lo que muchos ayuntamientos se han visto en la necesidad de improvisar sobre la marcha mecanismos de participación sin mucha convicción y porque así les obligan las circunstancias.

Pero la participación no se improvisa de un día para otro y precisa de esfuerzo, recursos, tiempo y dedicación. Y más la que parte de las instituciones. A estas alturas de la legislatura, el concejal de participación novato ya se habrá dado cuenta de que gestionar la participación desde la concejalía no es igual que desde el activismo social o “la calle”. Hay muchas resistencias dentro y fuera de las instituciones a la puesta en marcha de mecanismos de participación reales y efectivos. Participar supone compartir el poder, o al menos una parte, y eso a la autoridad le suele provocar un miedo atroz. Que la autoridad acepte que el poder no es completamente suyo no va a ser fácil. En este escenario es tentador caer en el error de confundir participación con asistencia. Lo importante es llenar la plaza. Yo digo el qué, el cómo, el cuándo y el para qué, y la gente tan solo tiene que venir a refrendar mis propuestas.

Pero no sólo las instituciones se muestran reticentes a la participación.  Para determinados colectivos y personas supone la pérdida de la influencia que ya habían logrado. Colectivos y personas influyentes a los que la transparencia les supone un perjuicio para sus intereses y defienden con uñas y dientes su viejo estatus ganado a base de favores y servicios al gobernante de turno. Para estos la participación supone una pérdida de privilegios inaceptable.

Hay que tener muy claro para qué ponemos en marcha los mecanismos de participación y qué esperamos lograr a través de ellos. Los objetivos deben ser claros y transparentes para todos los actores. Si no es así, si no hay un diálogo sincero, será muy difícil lograr un entendimiento y un verdadero trabajo en equipo. Y aún así nada garantiza que se logre llegar a buen puerto. La participación es un proceso muy complejo en el que intervienen numerosos factores. No todas las personas intervienen a través de los mismos cauces ni en los mismos niveles. Es necesario crear espacios muy diversos y a diferentes escalas. Gestionar todo esto no es sencillo, y requiere de recursos humanos y materiales. A la participación, por tanto, hay que echarle presupuesto.Nadie nos enseña a participar, a participar se aprende participando y en muchas ocasiones es un latazo. Sin embargo, no habrá verdadera transformación sin la implicación de la gente en este cambio. El 15M la hizo casi obligatoria para muchas organizaciones a las que dejó sin excusas: demasiadas personas habían visto que era posible construir desde la participación y no estaban dispuestas a renunciar a ella al volver a sus casas. Ya no había marcha atrás. La nueva política hizo bandera de la participación  y además ésta tenía que ser horizontal, abierta y democrática, no valía de otra manera. Los procesos de confluencia política que se iniciaron en el ámbito municipal nos obligaron a echar mano de todo lo que sabíamos sobre participación, y allí fue donde muchas personas aprendimos a ponerla en práctica trabajando la diversidad como una fortaleza y no como una debilidad. Ahora nos toca llevarla a las instituciones.

Miguel Ángel Castellano

Coportavoz de EQUO Cádiz

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN