Susana Díaz: el órdago de su vida acaba en batacazo

Lo que se suponía paseo triunfal hacia Ferraz ha acabado para la presidenta andaluza en rotundo fracaso. Le queda volver a Andalucía y sufrir el desgaste.

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Se acabó. Susana Díaz Pacheco (Sevilla, 1974) amagó con asaltar Ferraz un par de veces en los últimos años pero algún astro mal alineado a última hora le aconsejaba siempre desistir. El último intento estaba milimétricamente planificado desde mucho antes del pasado octubre, cuando Pedro Sánchez fue arrojado del tren en marcha y todo aventuraba que la presidenta andaluza marcaría, ahora sí, el paso de la oca en paseo triunfal hacia Madrid. La postulación fue aplazada hasta que el calendario ya quemaba. No todo cuadraba y lo ocurrido este domingo corrobora que había algún que otro cabo suelto.

El órdago gigantesco de Susana Díaz, el que se suponía iba a entregarle el cetro del socialismo patrio, acabó finalmente en tragedia. Personal y política. A media tarde entraba en Ferraz como candidata y horas después salía sin más currículum, sin poder lucir otro galón en las hombreras. Pedro Sánchez, el fantasma aupado en su día por la federación andaluza y derribado luego con la inestimable cooperación de ésta, culminó su venganza. El muerto estaba muy vivo.

Susana Díaz, la chica que con 17 años se dejó ver por primera vez un día en la agrupación de Triana, no reinará en casa. Afiliada sin más, concejal, diputada, senadora, parlamentaria regional, consejera y presidenta de la Junta. La Secretaría General del PSOE era el penúltimo escalón que le exigían sus voraces aspiraciones. El último enfilaba hacia Moncloa, pero ya no será ni uno ni otro. Andalucía le espera de nuevo ahora, en “el regreso a los cuarteles de invierno”, como le auguró con sorna Juanma Moreno hace días en el Parlamento regional. Regresará en AVE sin más billetes de vuelta. Desarmada, vencida, castigada por una militancia que no se ha dejado seducir por el cántico de recuperación de las esencias y que ha terminado abrazando al ídolo caído. Dos días antes del susto de los avales llegó a pronunciar el verbo "arrasar". Quería arrasar, abrumar a su gran rival y luego volver a arrasar en unas elecciones generales a la derecha. No pisará esa orilla.


Todas las estrategias se esfumaron por el sumidero. Fracasó el discurso milimétricamente calculado de apelación a las glorias del pasado, a la recuperación del músculo ganador de González y Zapatero, a la proclama de “somos ese partido que volverá a doblegar a la derecha” en noches de urnas memorables. En silencio, agazapado, se ocultaba un ejército de descontentos que ha sacado del desván todas las facturas pendientes. A los afiliados que han acabado tumbando el caballo de Troya de Díaz les pudo finalmente  el repelús de ver al PP gobernando gracias a la abstención socialista y quizás les haya espantado la visión extremadamente conservadora de la presidenta andaluza frente al esbozo de la unión de izquierdas de Sánchez. Ni toda la maquinaria del aparato humeando a su favor ha obrado el milagro. Sánchez no se cansó de proclamar que la militancia era más decisiva que la vieja guardia. Y acertó.

A Susana le toca ahora cobijarse en Andalucía, feudo aún incuestionable pero donde tendrá que administrar la derrota. El peaje que pague ahora su Gobierno puede ser mayúsculo. Nadie olvidará, y mucho menos la oposición, que un día quiso asaltar los cielos de Madrid y perdió.

Y un Congreso Regional en puertas

Las fanfarrias que anunciaron la victoria de Pedro Sánchez no camuflan que recibirá el legado envenenado de un partido roto, amenazado por la fragmentación, abierto en canal. Susana Díaz se marcó el muy optimista propósito de tirar de aguja y dedal para “coserlo”, pero ya no podrá hacerlo. La militancia cambió de acera y será el exsecretario general el que recupere el cargo y se enfrente a esa ardua tarea de cohesionarlo, si es que a estas alturas eso es posible en una organización más que centenaria.

Destronada antes de asumir la corona, Susana Díaz seguirá reinando sin contestación aparente en su tierra hasta 2019, cuando asomen las nuevas elecciones autonómicas siempre que no haya adelanto para hacerlas coincidir con unas hipotéticas nuevas generales. Pero antes de que eso ocurra tendrá que enfrentarse a un Congreso Regional que ya asoma y que iba a celebrarse en julio, aunque lo ocurrido este domingo en Ferraz lo deja ya todo en suspenso. De haberse impuesto Díaz podría haber cedido el poder territorial andaluz en esa cita veraniega, pero con las alas cortadas en sus aspiraciones nacionales su rostro volverá a ser el que presente el sector oficialista del PSOE-A. Habrá Susana al frente del socialismo andaluz para rato. Es lo que le queda.

Eso, claro, con el permiso del nuevo poder emergente. El sanchismo sigue siendo minoría en Andalucía pero ya anunció hace semanas que hará ruido cuando toque renovar la cúpula del PSOE-A. La victoria de ayer los espoleará y plantarán batalla. Díaz ha tenido en las primarias a favor a todo el aparato regional, a los pesos pesados, a los ocho secretarios generales provinciales remando a una como en Ben-Hur, al grito de boga de combate. Pero de la nada, camuflados, nació la contestación. Minúscula al principio pero ahora rearmada y con ganas de más guerra.

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