Ni soy Charlie ni quiero ser Charlie

No hay libertad, ni de expresión ni de nada, que no se base en el respeto a los demás.

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Partamos de que es absolutamente demencial matar a once personas a tiros y mucho más demencial intentar justificar ni siquiera un porqué que los haya llevado a semejante locura. Estoy seguro de que una buena psiquiatra que conozco sería capaz de explicarlo razonablemente y de forma fácilmente asequible a cualquier persona, pero ni soy esa buena psiquiatra ni tengo remotamente los conocimientos para argüir la correspondencia entre una o una serie de causas y su o sus respectivos efectos.

Enfoquemos, pues, la cuestión, desde el que debería ser el más común de los sentidos. Durante toda la semana pasada y a raíz del atentado terrorista contra la redacción de la revista de ‘humor’ y ‘satírica’ (con reparos uso estos términos que llevaba una legendaria revista que sí era de humor y satírica, La Codorniz) Charlie Hebdo que se cobró la vida de once personas a manos de dos paranoicos (llámense también asesinos y cuantos calificativos se quieran usar), Europa y buena parte del mundo occidental o más concretamente, de raíces no musulmanas, se han lanzado a una cruzada de condena de los crímenes, en primer lugar, y de defensa de la libertad de expresión, en segundo término al identificar ésta con los valores de Occidente. Perfecta identificación a la que un servidor no sólo no pone reparos, sino que aplaudo y me rindo a sus pies.

Se han visto imágenes inéditas de los grandes líderes europeos entrelazados por los brazos mostrando su firme testimonio de condena contra la violencia y solidarizándose con la redacción de la revista, lamentando las muertes y lanzando proclamas de que Occidente no de va a rendir a la violencia de los radicales islamistas (ojo a la definición, no musulmanes; radicales islamistas, movimiento político, no religioso, aunque se aproveche de la religión) y lo que es más serio, reconociendo que Europa y sus aliados están en guerra contra esa banda de depravados que se hacen llamar Estado Islámico.

Ahí es justamente donde hay que pararse y reflexionar, en esa declaración de guerra que entraría dentro de la normalidad si no fuera porque la guerra no la han declarado los líderes europeos en París la semana pasada, sino los Estados Unidos de América desde tiempo inmemorial por razones geo-político-económicas, secundados por países de Europa, de Sudamérica, la misma Australia, Canadá, Japón... países todos en la órbita ‘occidental’ que con tanto ahínco defendemos cuando los intereses merecen la pena. ¿O les saco una lista de países en los que se pisotean los derechos humanos a los que no mandan ni una carta de pésame por los cientos de hombres, mujeres y niños que mueren cada día por la barbarie o por el hambre?

La guerra en Oriente Próximo, en lo que a países musulmanes se refiere, no era una guerra entre Oriente y Occidente. Lo es ahora, pero está claro quién la empezó. En principio era y sigue siendo una guerra dentro del propio Islam y así fue desde Mahoma a la actualidad. Una guerra que tienen que dilucidar los musulmanes como lo hicieron los cristianos en Europa hace cinco siglos, después de hacer manchado de sangre en nombre de Dios el paraíso que ahora defendemos.

Las palabras del Papa Francisco -ojo, que soy ateo no prácticante- explicando el conflicto con palabras sencillas - “si ofendes a mi madre te puede caer un puñetazo”-  dicen mucho de qué es lo que ha ocurrido y cada vez va a ocurrir más. Y la defensa de la libertad de expresión, poniendo por delante a una revista que usa ese sagrado derecho para ofender (no criticar), vilipendiar, provocar (incluso la muerte, porque ellos han sido la causa, quiérase o no) como ejemplo, es una aberración porque no hay libertad, ni de expresión ni de nada, que no se base en el respeto a los demás. Y ni que decir tiene en el respeto a las creencias religiosas de las personas, lo más sagrado e íntimo del ser humano.

Por eso yo no soy Charlie. Ni lo seré nunca. Porque ellos se han convertido en parte de un problema que se agranda como una bola de nieve que amenaza con aplastarnos a los que estemos en el peor sitio en el peor momento. 

Hemos importado el fanatismo. Y ya es tarde.

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