Independencia, si o no

El diálogo permitirá pactar -como en Reino Unido- la cuestión más importante de la disputa: la pregunta del referéndum.

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S egún todas las encuestas y si alguien no lo remedia, aproximadamente el 70 por ciento del Parlamento catalán estará ocupado por las fuerzas nacionalistas y toda vez que Artur Mas ha ido rebajando las condiciones desde una mayoría absoluta aplastante para convocar el referéndum hasta simplemente ganar las elecciones y este lunes sentare con todos, todo indica que el siguiente paso es cumplir con lo que se ha utilizado para suspender la legislatura: esto es, el órdago soberanista.

Otra cosa distinta será la definición que finalmente se le dé a la demanda, si se queda en autodeterminación, estado propio, independencia o lo que finalmente se decida por Convergencia i Unió y sus socios, que en esta aventura sólo pueden ser Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) resucitada por el propio Mas tras pagar parte de los platos rotos de los tripartitos.

Ahí es precisamente a donde yo pretendo llegar, partiendo de la base de que estamos en la segunda década del siglo XXI, que no es ninguna perogrullada, y que en estos tiempos no valen los métodos que usaban en la antigüedad y se siguen utilizando en algunos países con poca voluntad democrática, aunque se rijan por democracias más o menos voluntariosas.

Esto es, que toda vez que el Gobierno de España no puede entrar en Cataluña con los tanques y declarar el estado de sitio, ni políticamente es de recibo disparar ejemplares de la Constitución de 1978 a la zona noreste de la peníncula porque todo eso no sería más que echar gasolina al fuego, hay que ponerse en la tesitura de que es posible que finalmente, tras las elecciones, se ponga sobre la mesa el debate y se exija una solución a una salida de Cataluña de España, pactada o unilateralmente.

Situados en ese escenario y contando con que el Gobierno central sea lo suficientemente prudente como para ser capaz de apaciguar antes que cabrear, lo que facilitaría una salida, yo apuesto por el diálogo para que las dos partes en conflicto lleguen a un compromiso plebiscitario y lo hago por dos razones fundamentales y estratégicas.

La primera es que la voluntad de diálogo en vez de la fuerza de la Ley -que la hicieron los hombres y los hombres la cambian- desarma las soflamas radicales ante una sociedad sosegada y práctica como es la catalana. Y la segunda es que el diálogo permitirá pactar, como se ha hecho en Reino Unido, la cuestión más importante de la disputa y que no ha sido aclarada en la sucia campaña  electoral que acabó el viernes. Esto es, la pregunta del referéndum.

Si Cataluña rompe unilateralmente con España lo hará sobre un referéndum con una pregunta que puede significar cualquier cosa y a la que es fácil decir que sí y ganar por goleada. Si hay acuerdo, y se incluye la pregunta en ese acuerdo, sólo cabe preguntar a los catalanes (incluso dejando el resto de españoles fuera): -¿Quiere usted la independencia? Sí o no.

Y eso sí. Los ciudadanos catalanes se merecen que en la campaña del referéndum se les explique todo, los pros y los contras de la secesión. Sólo la información los hará libres. Y al resto de españoles, también.

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