El iPhone de Sánchez Gordillo

Las calles son peligrosas y están llenas de toda clase de ciudadanos deseando atacar a nuestros representantes públicos.

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Me llegó hace unos días un correo electrónico de esos que van circulando por las redes sin carnet de conducir ni seguro obligatorio -vamos, que publicarlo en un periódico es un peligro porque a todas estas cosas se les supone la buena intención, pero generalmente los carga el diablo- en el que enumeraba todo lo que le dan a un diputado cuando consigue su acta y ya son autoridades.

Desde el ordenador personal, que no especificaba la marca, hasta la tableta, que en este caso era un iPad, lo mismo que el teléfono móvil que tampoco era uno de los que te regalan con la tarifa mínima, sino también de la marca de Cupertino, a todas luces la más cara y exclusiva como se merecen los padres de la Patria, faltaría más. 

Pero es que, además -decía el correo electrónico- le ponían el internet de banda ancha en su domicilio particular para que siguiera usando los aparatitos de Apple ya con wifi, que es más barato, mientras, quitándole más horas al descanso y a la convivencia familiar, necesitara seguir trabajando desde su casa con la comodidad de ponerse en calzonas, chanclas y tinto de verano sobre la mesa, dada la estación meteorológica en la que nos encontramos.

Y es que -hay que comprenderlo- ser un padre de la Patria, aunque sea putativo (a más de uno le aconsejaría que mirara el diccionario antes que malinterpretar la palabreja), precisa de unas contraprestaciones, tanto más por cuanto esas aparentes comodidades no son tales, sino instrumentos de trabajo que deben redundar en la solución de problemas y en la felicidad de la gente que los eligió con la cómoda intención de que les sacara las castañas del fuego mientras ellos se quedaban en sus casas esperando a que lleguen los próximos comicios. Y encima rajando de los probos diputados que tanto hacen por nosotros.

El correo electrónico que da pie a este artículo, pues, ya está catalogado desde el momento en que gracias a mis palabras se comienza a hacer justicia con los abnegados hombres públicos que no tienen ni domingos ni festivos, porque cuando no están en el despacho oficial o en la calle conociendo los problemas de la gente, haga frío o calor, llueva o nieve -en el norte, aquí no pasan esas cosas-... cuando no están en su puesto de trabajo, decía, están trabajando para sus partidos los fines de semana. Y todas las personas de buena fe sabemos la importancia de los partidos políticos que conforman nuestro sistema de gobierno.

Sin embargo, las calles son peligrosas y están llenas de toda clase de ciudadanos deseando atacar a nuestros representantes públicos, increpándolos cuando aparecen en las universidades, llamándolos sinvergüenzas y rateros sin aplicarles el principio fundamental de la presunción de inocencia e incluso portándose como gentuza (esta palabra es la que menos me gusta del diccionario, porque es la preferida de los fachas) que no dudan en robarle el iPhone al alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo. A él, precisamente, que no hay varón más honrado.

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