Acento andaluz

La peor Cataluña ha despertado la peor España

No tengo ningún complejo ni con mi país ni con sus símbolos constitucionales...

Creo sinceramente que nadie debe explicar o demostrar lo que es. Tiene que limitarse a serlo. No se trata de hacer de andaluz o de español, como defendía el insigne psiquiatra cordobés Carlos Castilla del Pino, sino sencillamente ser andaluz y ser español. Con naturalidad y sin estridencias identitarias que nos encierran en una endogamia excluyente.

Sin embargo, antes de que nadie tenga la tentación de acusarme de antipatriota, antisistema o rupturista, afirmo sin ambages que soy andaluz y español, o español y andaluz. Me es indiferente el orden. Me siento orgulloso de ambas condiciones. Añado que me gustan la blanca y verde y la rojigualda -también saludaría la roja, amarilla y morada si tuviéramos una República-. No tengo ningún complejo ni con mi país ni con sus símbolos constitucionales. No me siento, de hecho, menos español o peor español por no predicarlo a los cuatro vientos o por no colgar una bandera en el balcón de mi casa. Asimismo, me confieso universalista y creo que las únicas fronteras son las que cada uno, de manera equivocada, se construye en su mente.
Salvadas estas aclaraciones -que nunca pensé que fuera necesario hacerlas porque entiendo que las impostaciones o sobreactuaciones nos acercan a la falsificación de mucho andaluz o español profesional-, confieso que me chirría el exagerado número de banderas españolas que puebla estos días no pocos edificios. Fundamentalmente por tres razones:

Esa estampa de amor hiperbólico a la bandera me inspira ipso facto la imagen de un pueblo que recibe a las tropas como si estuviéramos librando una guerra contra un enemigo exterior, que no es el caso. En segundo término, interpretar el conflicto catalán como un enfrentamiento entre España y Cataluña es conceder al irresponsable e intolerable desafío soberanista una unanimidad ciudadana muy alejada de la realidad. El tercer argumento causa pavor. La ostentación pública de la bandera -que no dudé antes ni dudaré en el futuro usar en un acontecimiento deportivo o en eventos señalados- ha despertado a la peor España, a la de la ultraderecha más reaccionaria y casposa, que parecía arrinconada y que ha regresado con insultos, amenazas, agresiones y escraches contra quien no comulga con sus lemas franquistas.Desde hace semanas, campan a sus anchas perpetrando fechorías contra políticos, periodistas u organizaciones sociales ante la sorprendente pasividad de las autoridades. En estos tiempos complejos para la convivencia, las dos Españas es un lujo demasiado caro que no podemos permitirnos. No desatará unaguerra entre España y Cataluña, sino entre españoles si estos desalmados vuelven a tener patente de corso para instaurar su dictadura del miedo.

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